Fragmentos de un diario roto

(…)

Llega un momento en que el más crudo pesimismo se abraza en secreto con la más inocente alegría de vivir.

*

Días en los que no sabemos si es más “sabio” aferrarnos, como el pequeño animal que somos, a ese limitado espacio tiempo donde se desenvuelve nuestra vida, o abrirnos, dejarnos ir tras la infinita complejidad de todo cuanto está más allá de nuestro cuerpo, nuestros sentidos, sin esperar nada a cambio, más que ser arrojados, perplejos, en el horror o el éxtasis.

*

Como las hojas secas del patio cada tarde, así las palabras que brillaron en la mañana.

*

Naufragar es a veces la parte más interesante del viaje.

*
De la caverna platónica a la exterioridad aristotélica, algo hemos extraviado. Sólo la poesía lo sabe y lo recuerda.

*

Entonces toda poética después de Hörderlin debería plantearse en adelante cómo conciliar “la más inocente de las ocupaciones” con “el más peligroso de los bienes”.

*
El universo es el objeto fantástico por excelencia y sólo puede ser entendido y celebrado poéticamente.

*
De lo que no se puede ser hay que callar en el alma; de lo que no se puede ser en el alma, hay que morir en el lenguaje.

*
¿Puede ser el arte la forma perfecta de la verdad? ¿Puede estar el arte siempre ligado a la belleza? ¿Hay siempre belleza o verdad en el arte?

*

¿No estamos ya cansándonos del abuso de las estéticas y poéticas pretenciosamente “absurdas”, falsamente “malditistas”, opuestas a priori a toda idea de tradición y nobleza de la forma y el fondo sólo porque de entrada, el gesto irreverente garantiza la simpatía fácil y la atención epidérmica de público y lectores perezosos, poco rigurosos y exigentes?

*

El escéptico no es sólo el descreído fácil, ni el desconfiado por principio. Tampoco el dubitativo sistemático. El escéptico simplemente no acepta ni niega nada a priori, trata de ser honesto consigo mismo y admite los límites de la realidad sin angustia, sin dramatismo, tratando de moverse dentro de ella de la manera menos dolorosa posible. El escéptico, en este punto, se aviene bien con el hedonista.

*

El gran juego de escribir, como todos los juegos, exige entregarse sin restricciones a su magia, a su combinatoria infinita. En la escritura, como en el póker, por ejemplo, se trata de saber elegir y jugar las cartas intuitivamente más felices del lenguaje, millones de veces jugadas por otros, pero únicas y hermosas con cada lance maestro, nuevas y sorprendentes en las manos de aquel que aprende a barajarlas con estilo y habilidad. Un juego donde todos ganamos finalmente en placer, en conocimiento y en vida, porque tanto quien escribe como quien lee se enlazan en el mismo azar, el mismo destino, el mismo juego sagrado.
*

El poeta sería entonces algo así como “el idiota de la familia” –para usar esa designación sartreana- pero, también, el querido aunque extraño pariente que de alguna forma encarna la inconfesable verdad de todos, los traumas, los miedos, las fantasías, la culpa, mas también, paradójicamente, la inocencia, la libertad de un espíritu independiente que no rinde tributo a la razón, al poder, a las leyes de la normalidad.

*

Fracasar es a veces, también, una manera de liberarnos. No hay peor esclavitud que la obligación del triunfo.

*
Que la realidad tenga más de imaginario que de cierto, no es ya ninguna paradoja. Si hay aún una verdad, se oculta en la ficción.

*

Somos tantos los “poetas” que disputamos hoy un lugar, ya no digamos, en el canon universal, sino al menos en el local, que por fuerza, sólo unos pocos, cuanto más unos diez, serán recordados por algunos en los próximos cincuenta años. El 99.9%, la gran mayoría de quienes hoy nos afanamos en publicar, visibilizar, difundir y mantener una obra, seremos barridos por el misericordioso olvido más pronto de lo imaginado.

*

Detrás del viejo sueño de la poesía, finalmente, sólo vamos quedando, cada vez más solitarios y desperdigados, un patético montón de escribidores a merced de un tiempo falaz, donde con más pena que gloria todo se aplaude y todo se condena por igual, porque resulta igualmente indiferente.

*

El deber de estar vivos, de despertar aunque no sepamos por qué ni para qué. El deber de darnos cuenta de que todo va y vuelve con rigurosa exactitud, que la gran maquinaria continúa en marcha por sí misma, moliéndolo todo una y otra vez, procesando sin pausa ese áspero y oscuro material del que están hechas todas las cosas, las que una y otra vez nos ocupan, nos urgen y hostigan, las que una y otra vez vuelven a seducirnos para abandonarnos, para volver a ser nada, dolor, ceniza. Las inagotables cosas que duran sin embargo, más que nosotros.

*

En este mundo, sí, este hueco en el tiempo, este agujero iluminado en la gran nada, donde nacer y morir sólo son reflejos rutinarios sucediéndose interminablemente sobre una pantalla infinita.

*